martes, abril 30, 2013

Blancas o negras?...

Son las diez y media de la mañana de un miércoles cualquiera.
Planta tercera del museo Guggenheim de Bilbao.
Hay una figura vestida de negro, en una de las salas, y completamente inmóvil frente a un cuadro de Cy Twombly.
El resto de la sala se encuentra vacía, a excepción del vigilante, sentado en su silla en la puerta de entrada.
Unos pasos resuenan en el pulimentado pasillo y se acercan hasta la puerta.
Otra figura entra, vacilante, y se sitúa junto a la primera.
Esta última viste de blanco.
El vigilante, intrigado, cierra el libro que estaba leyendo y observa.
Las dos figuras permanecen inmóviles durante largo tiempo, sin mirarse.
Parecen absorbidas por la fuerza de cuadro: un gran lienzo blanco salpicado de tonos rosas y rojos.
El vigilante vuelve a su libro.
La primera figura, la negra, mete su mano izquierda en el bolsillo de su cazadora negra y extrae un pequeño sobre sepia. Sus movimientos son lentos, metódicos, estudiados. Extiende su mano con el sobre hacia la figura blanca que, rápidamente, de un solo movimiento coge el sobre y lo introduce en su cazadora blanca.
El vigilante, absorto en su libro, no ha reparado en nada.
La figura negra sale despacio de la sala.
Al llegar a la puerta de salida de la sala gira la cabeza, mirando fijamente al vigilante con unos grandes ojos verdes que destacan con fuerza en su indumentaria negra. Guiña un ojo y sonríe casi imperceptiblemente.
El libro cae con fuerza desde las manos del vigilante y suena estrepitosamente en la sala. El vigilante, con la cara enrojecida, recoge el libro clavando su mirada en la espalda de la figura blanca que ni se ha inmutado.
Se vuelve a sentar mirando fijamente esa figura que, ahora, le resulta tan extraña mientras se oyen cada vez más lejanos los pasos de la figura negra pasillo adelante.
Un escalofrío recorre la espalda del vigilante…

domingo, abril 07, 2013

Un encargo delicado...

El vuelo procedente de Bilbao llegaba a la Terminal 3 del Aeropuerto de Málaga-Costa del Sol a las 23:35. Las indicaciones de mi cliente habían sido precisas: debía recoger el coche de alquiler a mi nombre y continuar destino, esta vez, por carretera. Había intentado desde apenas iniciado el despegue echar una cabezadita pero mi compañero de asiento, un dulce anciano que viajaba a casa de su hija, sentía la necesidad de rellenar los silencios que yo misma provocaba. Así que, cuando aterrizamos en Málaga a la hora prevista, ya conocía gran parte de su vida y los nombres de todos sus nietos. Recogí mi equipaje de mano, el único que llevaba, y salí presurosa de aquél avión y de la claustrofóbica amabilidad del anciano.

Cuando llegué al mostrador de Helle Hollis esperé pacientemente mi turno y en media hora ya era dueña provisional, por un plazo de 48 horas, de un Peugeot 207 blanco descapotable. Pensé en cenar algo antes de recoger el coche pero tenía demasiada prisa por llegar. La carretera era conocida: ese mismo trayecto ya lo había hecho muchas veces antes. En el plazo de más o menos una hora esperaba llegar a destino y descansar en el hotel hasta que, por la mañana, acudiera a la cita en la casa de mi cliente.

En hora y media escasa estaba entrando en Granada y me dirigí a mi hotel en el barrio de la Judería. Mi cliente había insistido en que me alojara en un hotel más lujoso pero a mí me gusta este lugar y puedo llegar a sentirme como en casa paseando entre sus calles. Rellené la ficha en recepción y subí a mi habitación a darme una ducha. Después pedí un bocadillo y una cerveza y cené junto a la ventana abierta. El ruido y el olor de Granada llenaron esa soledad que tienen todas las habitaciones de hoteles, esté o no esté sola en ellas.

A la mañana siguiente, después de desayunar, salí con mi maletín hacia la casa que Aurelio, mi cliente, tiene en la Carrera del Darro. Caminé despacio hacia allí disfrutando de ese bullicio y esa sorna granadina que tanto me gusta. A las nueve en punto estaba enfrente de la puerta de madera de su casa, a los pies de la Alhambra, junto a un pequeño puente de piedra que cruza el Darro. Me abrieron el portón y entré en un patio lleno de plantas, de árboles frutales y recién regado. Aurelio estaba sentado allí, en uno de los sillones. Se levantó presurosamente y me estrechó la mano plantándome, a la vez, dos sonoros besos en las mejillas.

Nos trajeron café, zumo, uvas y unas rebanadas de pan tostado con queso en una bandeja de plata mozárabe que dejaron sobre la mesa. Aurelio me sirvió café y  me miró expectante. Hacía ya un mes que se había puesto en contacto con nuestra agencia, solicitando nuestros servicios. Un mes llevaba esperando mi visita para ultimar el contrato. Crucé las piernas y me recosté en ese confortable sillón mientras aspiraba con fuerza el hipnótico aroma de las flores del magnolio que tenía a mi lado.

Empecé a preguntar: necesitaba saber todo acerca de ella. Sus gustos musicales, sus perfumes favoritos, sus colores predilectos, el libro que estaba leyendo...
Aurelio contestaba a cada una de mis preguntas con un brillo en los ojos que le delataba. Estaba completamente enamorado de ella. Tanto que no hubo una sola pregunta que quedara sin contestar. Después de unas dos horas de charla, me levanté y cogí mi maletín. Aurelio se levantó tan deprisa que, al hacerlo, tiró al suelo una de las tazas de café. Mientras recogía los trozos de la vajilla esparcidos por el suelo, noté el temblor en sus manos.

Pasamos al interior de la casa y me condujo hasta la cocina. Coloqué mi maletín encima de la mesa de madera de olivo que ocupaba el centro de la estancia y lo abrí. Le pedí que me dejara a solas. Me puse mi delantal Liberty y saqué todos mis utensilios para realizar los cupcakes personalizados para la esposa de Aurelio que con tanto cariño él había encargado para la fiesta de cumpleaños de esta tarde…

viernes, abril 05, 2013

Una historia corriente...


Elsa tenía esa belleza exultante que solo se tiene a los veinte años. Sus ojos negros como el azabache despedían unas motitas de azul eléctrico si te quedabas mucho tiempo mirándola. Tal vez era ésa una de las razones por las que era difícil sostener su mirada. Todo en ella resultaba hermoso y creo que es una de las personas más carismáticas que he conocido a lo largo de mi vida. Pero si tuviera que elegir una característica de ella, la que más la representara, sería su risa. Tenía una carcajada sonora pero a la vez cristalina que llenaba cualquier espacio en el que se encontrara. Toda su cara se iluminaba y era capaz de inundarnos de luz a todos. Elsa era así: hermosa y vital.

Conocí a Elsa realmente, fuera del ambiente familiar, cuando recién acababa de llegar a Barcelona. Venía procedente de su Cadaqués natal dispuesta a comerse el mundo de la moda. Vivía de alquiler en un precioso apartamento del Barrio Gótico que pagaban religiosamente sus padres. Ella estudiaba diseño de moda en la Escuela Felicidad Duce después de haber superado las duras pruebas de acceso. Me contó que desde pequeña quería dedicarse al mundo de la moda. Diseñaba su propia ropa desde los ocho años y su sueño era trasladarse a París,  de Erasmus e intentar quedarse allí y abrirse camino.

Era muy joven y tenía esa energía que sólo la dan los sueños y los logros por cumplir. Yo la miraba con escepticismo, tratando de recordar de si yo a su edad era tan tenaz como ella para, al cabo de un rato,  recordar que sí, que los veinte años son muy parecidos para todos. Lo mejor de algunos de esos sueños es no cumplirlos nunca para poder seguir soñando, pero eso era algo que no le iba a contar a Elsa.

Me dejaba caer los sábados por la mañana por su casa. Solíamos pasear por las Ramblas, ir al mercado, de compras por el Passeig de Gracia y a veces la invitaba a comer en la Barceloneta. Casi siempre era ella la que proponía los planes. Yo sólo intentaba cuidarla, tal y como le prometí a sus padres el verano anterior en Cadaqués.

Creo que fue como a mediados de la primavera cuando Elsa empezó a poner disculpas para nuestras citas sabáticas. Nunca le di mucha importancia porque supuse que después de llevar ya unos meses en Barcelona era lógico que tuviera amigos o incluso algún comienzo de romance.

Fue con una llamada preocupada de su madre una noche de miércoles cuando se despertó en mí una especie de alerta. ¿Cuánto tiempo hacía que no sabía nada de ella? ¿Un mes? ¿Tal vez dos? ¿Qué clase de amigo era yo para no haberme preocupado de la hija de unos de mis mejores amigos?. Tampoco estaba llamando a casa cada dos días como antes y hacía una semana que no hablaban con ella. Le prometí acercarme al día siguiente hasta la casa de Elsa e informarle de inmediato.

El jueves a las diez de la mañana estaba frente al timbre de entrada de la casa de Elsa, con una bolsa de croissants calientes y una botella de zumo de naranja. Me abrió la puerta una Elsa tan exuberante que una ráfaga de vértigo salpicó todo mi cuerpo. Estaba distinta. Más mayor, más seria, más madura y más…bella. Me mandó pasar a la cocina y encendió la cafetera.

Me senté en una silla, junto a la ventana, mientras pensaba cómo afrontar el tema pero fue Elsa la que empezó a hablar. Con voz suave y serena comenzó pidiendo disculpas mientras ponía los cafés y los zumos sobre la mesa y colocaba los croissants en un plato de porcelana blanca. Se sentó a mi lado y me fue envolviendo con su voz .

Elsa había encontrado un trabajo que le dejaba sin tiempo libre fuera del horario de la escuela. Estaba tan contenta que cada vez veía más cerca su sueño de diseñar en París. De repente me sentí tonto, es cierto que hacía un par de meses que me había contado que tenía una entrevista en el Hotel Perla Negra, un hotel que se había puesto de moda y que ofrecía alquileres de habitaciones por horas y recomendación de escorts.

Creo que fue por mi cara lívida, estoy seguro de ello, pero Elsa me dijo que quería enseñarme algo Fuimos al pequeño salón del apartamento y ella conectó el BluRay. Juntos vimos el documental The Great Happiness Space: Tale of an Osaka Love Thief, rodado y dirigido por Jake Clennell en 2006, y que refleja el auge del fenómeno escort en Japón. Fenómeno que estaba revolucionando Barcelona con este hotel que recibía premios, menciones y notas de prensa casi a diario.

Miré a Elsa, a sus grandes ojos negros con motitas de azul eléctrico y aguanté su mirada, pero no pregunté nada. Me fui con la promesa de seguir viéndonos una vez a la semana aunque fuera para tomar un café.

Al salir del portal telefoneé a su madre y le dije que Elsa estaba bien, que estaba estresada con los exámenes, que la había dejado estudiando…y que estaba muy guapa. Mucho.



jueves, enero 24, 2013

Eternidad empieza por R...



Confieso que cuando nos regalaron los billetes de avión no me emocioné mucho. Es invierno, hace frío, la ciudad ya la conozco, el colegio de la niña, gastos imprevistos, etc…Disculpas que pongo siempre que el viaje no es organizado por mí. Pero ahora, recién aterrizados de vuelta de esa maravillosa ciudad, no puedo sino dar las gracias. Esto es un pequeño resumen de este viaje de tan sólo cinco días al corazón de la vieja Europa.

Me acompañas?

Queda todavía una tenue luz en esta tarde, mientras el sol se retira desdibujando sombras en el Castel Sant’Angelo. En esta hora mágica tan especial y característica de este lugar, a orillas del Tiber, nos llega, camuflado en la bruma, el sonido de las campanas de la ciudad. Sólo por este instante ya merece la pena haber venido.

Estamos en Roma y, hoy, somos eternos.

Roma es una ciudad apabullante. Da igual las veces que hayas estado entre sus calles, inevitablemente, uno se siente pequeño ante tal despliegue de belleza e historia. Es una ciudad tan filmada, escrita y fotografiada que crees, erróneamente, conocerla, y es allí mismo cuando cae todo el peso de su belleza sobre los hombros. Pasear por Roma es igual a un paseo por las páginas de una novela o ser el protagonista de una escena cinematográfica. Evocar a Fellini y su Dolce Vita visitando La Fontana Di Trevi mientras buscamos monedas sueltas para echarlas a su agua, con la esperanza de volver pronto a Roma, es hasta recomendable.

La visita al Coliseo, Capitolio, Foro, Palatino y sus alrededores suponen un baño de humildad para el visitante. ¿Acaso no fueron ellos, los romanos, los que sentaron las bases jurídicas y políticas de nuestra cultura occidental?

El Trastevere es mi lugar favorito de Roma. Es de completa obligación perderse allí. Los italianos son amables por naturaleza y siempre puedes preguntar, pero mi consejo es que te pierdas. Siente su encanto medieval, su bullicio, la alegría de esas voces altas y melodiosas. Su ruido. Mira esas casas de colores con sus niños jugando en la calle, sus mujeres haciendo pasta en la cocina con la ventana abierta y la radio puesta a todo volumen. Imprégnate de esa esencia de la Roma obrera, lejos de los monumentos turísticos. De esa Roma humilde y de manteles de cuadros que nos enseñan las viejas películas. Después baja a pie a la ciudad, despacio. A nosotros nos llovió. Corrimos para refugiarnos de esta lluvia fría de invierno y aparecimos en una terraza con estufas y mantas de pelo calentitas de la Trattoria más bonita de la ciudad.

Roma es así: una caja de sorpresas.

El convento de los Capuccinos es un lugar interesante en Roma. Apenas aparece en las guías turísticas pero es un edificio misterioso y con un punto oscuro y secreto. Se encuentra en plena Vía Veneto pero puede llegar a pasar desapercibido. Hay un timbre en la pared derecha, junto a la puerta, y un fraile capuchino, previo pago de entrada, te enseña la cripta. Está catalogada como una de las criptas más misteriosas del mundo. No te dejará indiferente lo que allí guardan bajo unas cuantas llaves.

Saborea un helado tartufo en la Piazza Navona, merece la pena hacer media hora de cola. Cómprate unos zapatos, un pañuelo o un paraguas en la Vía Veneto. Sube para después bajar a pie las escaleras de la Piazza di Spagna. Vivirás algunas de las experiencias que ofrece Roma.

En sus afueras está Ostia, un lugar en el que se puede degustar el mejor pescado a la parrilla. Allí cenamos una noche, aprovechando la visita a las catacumbas, en uno de esos restaurantes típicos de esa zona, con sus camareros vestidos de romanos y con cuádrigas en sus jardines.

Si dispones de algún día extra para robar a Roma, puedes hacer alguna excursión. Nosotros dedicamos un día a visitar Positano, en la provincia de Salerno, está un poco lejos pero puede llegar a convertirse en una visita inolvidable, pues sin duda es uno de los pueblos más bellos de Italia. Era algo que teníamos pendiente desde hace tiempo. Creo que es, probablemente, mucho más bonito de lo que imaginaba. Me enamoré de ese pueblo en la película Bajo el sol de la Toscana, cuando Jessica Lange decide viajar a él para conocer a su affaire italiano.

Viajar a Roma puede llegar a convertirse en una catarsis. La mayoría de los viajes lo son, pero quizás esta ciudad remueve la conciencia y el alma como pocas.

Para el alma: descanso y buenos alimentos. Allí los encontrarás, sin duda.

Elige bien tu apartamento en Roma , un sitio bonito dónde recogerte al anochecer, y dónde recobrar fuerzas a la mañana siguiente para aguantar bien el ritmo frenético del día. Déjate seducir por su excelente gastronomía. Come, bebe y empápate en su aceite, auténtico oro comestible. Disfrútala despacio, no tengas prisa. Volverás a ella.

No lo olvides, eternidad empieza por R…

jueves, junio 28, 2012

Los retos, la vida...


Vive como si fueras a morir
mañana, trabaja como si no
necesitaras el dinero, baila como si nadie estuviera mirando"
Bob Fosse

Hace dos sábados debutó como bailarina J. en un gran teatro, con la escuela de ballet a la que asiste desde hace un año. Se agotaron las entradas apenas dos días después de puestas a la venta.
El teatro a rebosar, sobre todo de padres nerviosos y orgullosos.
A partes iguales.
Se abre el telón. Silencio. En la apertura, doscientas bailarinas de todas las edades perfectamente alineadas, en preciosa formación. Filas casi eternas de tules blancos y medias rosas.
J., una de las dos niñas de más corta edad, en el extremo izquierdo de la primera fila. Su amiga, en la antípoda, extremo derecho de la primera fila.
Suena la maravillosa Cantata 147 de Bach.
Las niñas empiezan a mover los brazos al ritmo que marca la profesora, escondida entre bambalinas.
J. no se mueve. Los nervios la tienen atenazada. Solo acierta a agarrarse del tutú, estrujándolo con sus manitas. Nos mira fijamente, sin apartar la vista. Ni una lágrima. 
Tan sólo esa determinación dibujada en su mirada, que los que la conocemos sabemos, que significa: "no pienso bailar delante de toda esta peña ni de coña"
En ese momento, me invade una emoción muy fuerte que me deja sin respiración durante unos segundos. Sensación de pecho oprimido, de ahogo. Un orgullo inmenso de ver a mi niña haciendo nada, mientras las demás mueven manos y piernas de manera acompasada.
Está aguantando estoicamente, sin moverse, subida a un escenario ante más de mil personas adultas. 
Es ahí, en ese preciso instante, cuando me muero de ganas de abrazarla, de correr a su lado y decirle lo orgullosos que estamos de ella. Lo importante que es para nosotros: baile o no baile. Se mueva o no.

Eres grande, June. Muy grande!




lunes, junio 18, 2012

Algo así como libertad...



"Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo."

Miguel Hernández 

Cuando Coro fue seleccionada para el puesto de secretaria en aquél bufete de abogados de Bilbao sus padres se echaron las manos a la cabeza. La niña salía por primera vez del caserío familiar, en Ispaster, y había llevado todo el proceso de selección en secreto, mintiendo sobre sus viajes al Botxo.
A ellos les hubiera gustado que la niña siguiera como hasta ahora, a su lado, ayudando en el negocio familiar, esa vieja carnicería de Gernika, famosa por sus morcillas de verdura que provocan colas los lunes a la tarde.

Pero la niña soltó la noticia en casa con todos los cabos atados. Con el horario del bufete no le quedaba más remedio que quedarse a vivir en Bilbao, así que en el bufete le habían ayudado a buscar alojamiento. Iba a compartir un piso con otras dos chicas, en la calle Ronda. La niña se mostró impasible ante el amago de infarto de su madre. No era la primera vez que su madre recurría a sus dotes de interpretación ante los pobres y fracasados intentos de rebelarse de la niña. Pero Coro, esa niña tan dócil durante 30 años, había tomado ya la decisión de intentar vivir su propia vida y dejar de sentirse oprimida y asfixiada por unos padres tan absorbentes. Coro prometió que pasaría los fines de semana en casa, en el caserío, y los sábados a la mañana ayudaría en la carnicería. Los domingos pasearía junto al aita y el perro por la playa de los piratas, como cada domingo de su vida.

Así fue como comenzó la vida de Coro a los 30 años. Nunca había tenido amigas ni novio. No había ido de vacaciones y no había pasado una sola noche fuera de la casa familiar.
La vida en el piso de la calle Ronda resultó fácil, una de las chicas, Maider, era de Lekeitio y la otra, Covadonga, de Oviedo. Los viernes Maider y ella compartían coche, un viernes cada una, y el domingo quedaban para volver juntas. Covadonga se quedaba sola los fines de semana y solía salir con gente del hospital donde trabajaba como enfermera.

Lo más difícil que había hecho Marco en su vida, había sido licenciarse en Derecho por Deusto. Al terminar la carrera, empezó a trabajar como socio en el bufete que la madre le había montado a su hermana, en una calle muy próxima a los Juzgados. Marco era un tío guapo y tenía esa prepotencia que sólo la da el haber nacido sin preocupaciones y con todo el camino hecho.

La selección de la secretaria para el bufete la había llevado él personalmente y nada más verla se decidió de inmediato por Coro.
Era guapa, servicial y bajaba los ojos al verle. No sabía si por timidez o por respeto. Pero a él, con esa chulería que le caracterizaba, le gustaba que una mujer bajara la mirada en su presencia.
A su hermana también le gustaba Coro por su dulzura, belleza y presencia.
Eso quedaba bien en el bufete.

Las semanas fueron pasando siempre iguales, Coro empezó a desear que no llegara el viernes y que la semana tuviera siete días laborables para seguir trabajando en el bufete. Los jueves a la tarde quedaban las tres chicas en la Plaza Nueva y tomaban unos zuritos antes de ir a casa.

A veces cenaban fuera, en el Xukela de la Calle del Perro.
Coro les hablaba de Marco, de lo guapo que era y de los clientes del bufete.
Covadonga hablaba del hospital y de ese cirujano que le sonreía cada día. Maider era concejal del Ayuntamiento y su trabajo era mucho más aburrido, solía estar deseando que llegara el viernes para marcharse a Lekeitio y ver a su novio.

Un viernes de marzo, Coro no llegó a pasar el fin de semana a casa. No apareció tampoco por el piso de la calle Ronda y no amaneció al lunes siguiente en el bufete.

Cinco días más tarde de su desaparición, el cádaver de una Coro desfigurada, hinchada y amoratada, era rescatado de la playa de Ereaga, cubierto de algas... 

lunes, febrero 01, 2010

Un círculo...


"Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua."
(Borges)
Cuando Olivier comenzó a ir al gimnasio en el mes de septiembre no confié en que fuera constante, pero sigue yendo un par de días por semana, los que no voy yo, y está muy contento con el grupo. Ese par de días suelo aprovechar, una vez acostada J., a ver alguna vieja película o a holgazanear un rato.

En el bar La Mutua de Mazarredo, los miércoles noche se reunía un variopinto grupo de personajes, pocos pero selectos. El hermano de un conocido director de cine y un par de guionistas; un emergente pintor, Patxi Del Río, la mujer de éste, y un par de amigos de ambos; los que colgábamos los floretes sobre las diez de la noche en aquél desvencijado edificio de escaleras de madera y grandes vidrieras de Uribitarte, dónde teníamos la sala de armas; más los clientes ocasionales que aterrizaban por allí.
Ésos iban variando y nunca eran los mismos. Los anteriores, éramos habituales. El camarero, un pintor fotógrafo que solía exponer en galerías privadas y en el molino de Aixerrota, era el hilo conductor de los grupos y solía ir de uno a otro dando conversación e interesándose por todos.
Las cervezas las servía en jarra helada y ponía unos cacahuetes tamaño maxi que no recuerdo haberlos probado más buenos que en aquél lugar. Los viernes también solíamos ir a La Mutua, pero el ambiente era diferente. La clientela crecía considerablemente y sobre todo estaba lleno de grupos que, tras la cena, acudían a probar uno de sus famosos cafés con licor que tanta fama le dieron en su día.
Los miércoles eran noches íntimas, bohemias, llenas de humo y algún que otro secreto, con reuniones dónde se trataban temas importantes e incluso vitales. Patxi Del Río, empezó a exponer allí sus cuadros. Su nombre ya era medianamente conocido en el Botxo. Había sido profesor de Bellas Artes pero ahora se dedicaba exclusivamente a la pintura. Malena, su mujer, tan bella como frágil, enseguida se interesó por nosotros.
Desde el ventanal de La Mutua se veía la Sala de Armas de la calle de abajo, y casi desde el primer día se acercó y comenzó a charlar. Su fragilidad se la daba una extraña enfermedad que la recluía unas cuatro veces al año en un hospital, y era por ello que no trabajaba. Había sido alumna de Patxi Del Río pero ella ahora tampoco pintaba, vivía exclusivamente para su enfermedad y su marido.
Un miércoles, guiados por el camarero, nos convertimos en un solo grupo. Nos fusionamos muy bien y los temas iban pasando de uno a otro. Queríamos saber todo de todos. La relación se fue estrechando. Malena comenzó a acercarse a la Sala de Armas, al principio tímidamente pero enseguida se envenenó con el florete y empezó a recibir clases. Comenzamos a hacer actividades juntos: exposiciones, un día de rodaje, cursos de guionistas de cine en la nueva plataforma de la Plaza de Venezuela, campeonatos en polideportivos de mala muerte y alubiadas con Agustín y Mariluz después de pasear por su bosque. Cenas en el ático de Gran Vía con Patxi y Malena y sábados en Ibarrangelua, en casa del maestro.
Patxi Del Río comenzó su ascenso vertiginoso en la pintura al mismo tiempo que el alcohol se iba abriendo paso por sus venas. Empezamos a ver que tenía un problema con la bebida el mismo día que en el bar La Mutua se vendió uno de sus cuadros a una pareja de franceses que habían venido expresamente a ello y que pagaron en efectivo una cantidad desorbitante, mientras era el camarero el que cerraba el trato y Patxi apenas se tenía en pie. Aquella pareja nunca supo que el borracho que se sujetaba a la barra para no caerse era el genio que había pintado ese cuadro.
Después de eso todo comenzó a suceder muy deprisa. Patxi seguía vendiendo cuadros, nosotros competíamos a nivel nacional e internacional y ya se hablaba de la cantera del Botxo, uno de los guionistas consiguió un trabajo en Madrid y el hermanísimo empezó a salir con una chica que le quitaba todo el tiempo. Malena se marchó del lado de Patxi, se enamoró de un jovencito 15 años más joven que ella y tuvieron un niño. El edificio desvencijado de Uribarte pasó a la historia para dejar paso a unos pisos de lujo y nos exiliamos a Artxanda, acogidos en una sala de armas que no era la nuestra.
Nos perdimos.
Olivier volvió a casa el miércoles con noticias. Una compañera de gimnasio, una chica enfermera, le había invitado a comer el domingo en el caserío. A los compañeros de grupo más sus familias. Alubias. Su marido es pintor y les gusta recibir en casa.
Es domingo. Llueve. Olivier, J. y yo nos acercamos al caserío dónde estamos invitados a comer. Nos cuesta encontrarlo a pesar de que vivimos en la zona. Aparcamos fuera, el paisaje es precioso. Se divisa el pueblo desde aquí arriba. El verde de los montes con este día de lluvia es tan verde que duele. Se oyen risas en el interior del caserío y bullicio de gente. Olivier toca el timbre, casi de inmediato aparece en el umbral un sonriente Patxi Del Río.